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Palabras del director

Luis Estrada

Decía Octavio Paz en su fundamental y seminal obra sobre nosotros mismos y nuestra idiosincrasia, El Laberinto de la Soledad, que la vida del mexicano transcurre entre la posibilidad de chingar y ser chingado. Y nunca, como en estos aciagos tiempos que vivimos, su reflexión había tenido más vigencia y relevancia. Hoy, el rico se quiere chingar al pobre, y viceversa. Hoy, los hombres se quieren chingar a las mujeres, y viceversa. Hoy los mestizos se quieren chingar a los indios, y viceversa. Hoy, pareciera que todos nos queremos chingar los unos a los otros. ¡Ah qué la chingada!... ¡Cuánta chingadera!

Pero si a Octavio Paz le hubiera tocado vivir en nuestro tiempo, tal vez nunca habría agotado su lista de confrontaciones, pues tendría que haber incluido todas las otras guerras que vivimos a diario en el México contemporáneo: Una guerra entre liberales y conservadores. Una guerra entre los supuestos “buenos y malos”. Una guerra entre “la mafia del poder” y “el pueblo bueno”. Una guerra entre los pueblos originarios y los invasores. Una guerra entre los “chairos” y los “fifís”. Una guerra entre los de arriba y los de abajo. Una guerra en la que los que no están conmigo, están contra mí… ¡Uff!, México convertido en: El país de las mil y una guerras.

Porque en México, desafortunadamente, llevamos años, sino es que siglos, viviendo una confrontación tras otra. Guerras de todos contra todos. Guerras para ver quién es más chingón. Guerras para ver quién es capaz de chingarse a todos los demás… Guerras en la que el que esté libre de culpa: ¡Que chingue a su madre cabrones!

Pero estos nuevos tiempos, de la mano y la complicidad de las redes sociales y las nuevas tecnologías, han agravado hasta el hartazgo estas confrontaciones y enfrentamientos. Y estos son tiempos de intolerancia, tiempos de polarización y de racismo, tiempos, insisto, del que no está conmigo, ¡está contra mí!… @Tiempos del: #QuéMeVesHijoDeLaChingada!, a la primera provocación.

Y no puede dejar de sorprendernos, y sobretodo preocuparnos, que la llegada de la tan anhelada transición a la democracia, de la que después de muchos años por fin disfrutamos, en lugar de ayudarnos a entendernos mejor, haya exacerbado nuestras diferencias y generado más odios y rencores entre nosotros… de los que ya de por sí teníamos.

Y por ningún motivo se puede justificar esta intolerancia, pero en un país en el que las tremendas desigualdades sociales, la brutal e injusta distribución de la riqueza, la corrupción generalizada, la impunidad rampante; y sobretodo: el clasismo, el machismo y el racismo renovados se han enquistado como parte de nuestras vidas y de nuestra cotidianeidad, tampoco es de sorprender que nos veamos más como enemigos y rivales, que como compañeros de viaje en el mismo barco.

Para bien o para mal, o más bien para muy mal, este universo de confrontaciones no es privativo de México. Hoy el mundo, por muy diferentes razones, vuelve a convulsionarse a diestra y siniestra; y el péndulo de la historia pareciera volver encender las praderas reclamando mayor igualdad y justica social… A la par que, desgraciadamente, florecen preocupantes signos de intolerancia y hartazgo en regímenes plagados de populismo y neofascismo por doquier.

Pero a estos tiempos de sectarismo e intransigencia globales, como a casi todo, en México le hemos dado nuestro sello muy particular.

Nuestra siempre misteriosa y compleja idiosincrasia que grandes mentes trataron de explicar, como desde el ensayo: Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Roger Bartra y Alfonso Reyes; o desde la literatura y la poesía: Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Bruno Traven y Jorge Ibargüengoitia; o en la pintura, en la que la mexicanidad y el nacionalismo fueron siempre temas fundamentales de Rivera, Orozco y Siqueiros, y de manera destacada recientemente, Daniel Lezama; sin dejar de lado a los más feroces críticos de nuestra identidad nacional: los caricaturistas, que desde su asombrosa capacidad de síntesis han sido nuestros mejores y más perversos retratistas: Posada, García Cabral, Abel Quezada, Naranjo, Rius, Helio Flores; y nuestros malévolos contemporáneos: Hernández, El Fisgón y Helguera.

Desafortunadamente, para el cine mexicano pareciera ser que nuestra idiosincracia, como muchos otros temas, es un tabú. Y a excepción de algunos grandes y notables ejemplos como los de Buñuel con Los Olvidados y El Ángel Exterminador, Luis Alcoriza con Mecánica Nacional, o Juan Ibáñez con Los Caifanes, pareciera que en nuestra cinematografía, cuando rara vez abordamos el tema de nuestra idiosincrasia, hemos preferido retratarnos como: Pobres, pero honrados… Jodidos, pero contentos… Borrachos, pero cariñosos… Feos, pero no tanto… Corruptos, pero nomás poquito… Racistas, pero de buenos sentimientos… etc. Retratarnos sí, pero siempre con un dejo de condescendencia, paternalismo y autocomplacencia.

¡Que viva México! es una ácida fábula social y una venenosa sátira política; un esperpento con mucho humor negro que, como un espejo desalmado, nos muestra y nos retrata a todos, pero no en un tono realista o naturalista, sino con la distorsión que dan la parodia, la farsa, el realismo mágico y la caricatura… Porque que terrible sería que el mundo y el país que la película retrata, fueran verdad: un lugar sin nadie que se salve o se redima, un lugar donde sea difícil adivinar quién es peor: si el envidioso, el avaro, el corrupto, el chantajista, el traidor, el ratero, el cómplice o el asesino… O peor aún, el pariente y el vecino.

Porque las reglas de la sátira no sólo permiten un universo así de irreverente y provocador, sino que lo exigen. Y vayan algunos notables ejemplos del cine mundial para ilustrarlo: ¿Quiénes son los buenos en: Sucios, Feos y Malos, de Etore Scola?, ¿Quiénes los héroes en Los Monstruos, de Dino Risi? ¿O quiénes se redimen en: Underground o Tiempo de Gitanos, de Emir Kusturica? ¿Quién en Bienvenido Mr. Marshal o El Verdugo, de García Berlanga?, ¿Quiénes se salvan en El Gran Carnaval, de Billy Wilder, o en El Camino del Tabaco, de John Ford? La respuesta es NADIE. Todas ellas sátiras y obras mestras sobre la maldad, la envidia y la avaricia; que utilizan el humor negro y la crítica social para reflexionar sobre su momento, sus problemas y sus conflictos... que a pesar del tiempo y la distancia que nos separan de ellas, son muy similares a los nuestros.

Y en este mural de decenas de personajes deliveradamente estereotipados que es la película, y en el que cada uno de ellos representa algo más que a sí mismo, ¡Que viva México! pretende convertirse en un microcosmos, una alegoria o metáfora de todo un país representado como un gran y caricaturesco fresco, en el que estén cuestionados nuestros valores, nuestros anhelos, nuestras nobles instituciones y grandes íconos cuturales; pero también, nuestra música popular, nuestra sabrosa comida y nuestro gastado folclor; todo enmarcado en ese pequeño infierno personal al que todos pertenecemos y que todos, para bien o para mal, tenemos y padecemos: La Familia…. Porque ya lo dijo Tolstoi y la película lo parafrasea: Todas las familias felices (si es que existen) se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz, lo es a su propia manera.

¡Que viva México! es una película muy ambiciosa, no sólo por su temática y por su épica duración: ¡sólo 189 minutos!; tampoco por su numeroso y espectacular reparto y sus grandes valores de producción; sino por lo complicado y laborioso que fue reproducir dos mundos radicalmente opuestos y enfrentados: Un mundo casi monocromático que pareciera haberse quedado detenido en el tiempo y que nos ubica imaginariamente a mediados del siglo pasado, que representa nuestra historia, atavismos y tradiciones: y otro, muy brillante y colorido: el de un México moderno, desarrollado y aspiracional: El México de los clasistas y arrogantes “fifís”. Porque a pesar de no ser una película realista, todo en ella, desde los decorados al vestuario, desde las caracterizaciones de los actores a la música e iluminación, debió ser verosímil y auténtico; pero diseñado, construido y elaborado especialmente para la película.

Pero tal vez lo más interesante de lo que viene con ¡Que viva México! será la reacción de sus muy diversos espectadores, de los actores de la vida pública y sobretodo, de la clase política. Porque si como país, por fin logramos consolidar un nuevo régimen que se presume democrático y progresista, la tolerancia a la crítica y el respeto irrestricto a la libertad de expresión, debieran ser el sello que los distinga de los gobiernos anteriores. Porque en estos tiempos en que la corrección política se ha convertido en una especie de Santa Inquisisión, una película en la que sus “héroes” son retratados como clasistas, racistas, misóginos, avaros, intolerantes, machistas, homofóbicos, arribistas y corruptos, por decir lo menos, son un gran reto y una provocación para la tolerencia de todos… Y esta película, aspira a ser una prueba de fuego de ello.

Y ya por último y por no dejar: ¡Que viva México cabrones!

– Luis Estrada

¡Que Viva México!

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